Ayer la noticia corrió por todo el mundo: El Papa Benedicto XVI había decidido renunciar a su cargo, debido a que consideraba que no tenía las fuerzas para seguirlo ejerciendo como es debido. Instantáneamente, una ola de comentarios recorrió los noticieros y páginas de internet, no siempre con los elementos necesarios para comprender el significado de este hecho histórico, sino muchas veces movidos más por la espectacularidad que otras cosas. Algunos de mis amigos y conocidos han pedido mi parecer frente a este tema, por lo que paso a aportar con un pequeño comentario.
Lo primero que hay que señalar es el hecho histórico de este renuncia. La historia comienza en 1294 cuando Pietro del Murrone, un monje eremita, fue elegido papa y tomó el nombre de Celestino V. Tras algunos meses se sintió agobiado por el peso del cargo y decidió emitir un decreto que declaraba que el Papa podía renunciar a su cargo. El paso siguiente fue redactar su propia renuncia y volver a su vida de oración y soledad. Luego la historia corre hasta 1415, cuando para resolver el llamado cisma de occidente, que tenía a esas alturas a tres papas disputándose la legitimidad, Gregorio XII decide convocar un concilio y renunciar durante el mismo, para que fuese el concilio quien eligiera a su sucesor. Esta acción puso fin a la discusión y dejó nuevamente a toda la cristiandad bajo un solo papa. No habría nuevas renuncias hasta Benedicto XVI.
Lo segundo es el significado para la Iglesia de esta renuncia. El servicio que presta el Papa a la Iglesia no le pertenece al individuo que lo ejerce, ya que su autoridad viene del mandato de Cristo y no de sí mismo. Por eso malamente podría "abdicar" o "dimitir", que son términos más propios de los reyes, cuya autoridad se dervida de su propia persona. Sin duda esta renuncia ha conmocionado a la Iglesia, como siempre sucede cuando se produce el periodo de "Santa Sede vacante", sea por defunción o por renuncia. Es indudable que quien sea Obispo de Roma marcará la marcha de la Iglesia Universal y pondrá los acentos en la acción de los católicos en el mundo. De ahí que se abran ahora un sin fin de preguntas sobre el futuro de la Iglesia, no sobre su continuidad, sino sobre el rumbo que ella tomará para enfrentar los desafíos pendientes y los que surgan en el futuro.
El Papa Benedicto deja varios temas en curso, que dependerán ahora de su sucesor. Entre ellos, la realización del año de la fe, la interpretación y aplicación del Concilio Vaticano II, aún en curso, la acogida e integración de los hermanos y comunidades anglicanas que han vuelto a la comunión católica, los acercamientos cada vez mayores con la Iglesia Ortodoxa, la actitud ante los casos de abusos sexuales o conductas impropias de algunos miembros del clero, entre otros muchos. En ellos el actual papa ha dado un aporte decisivo y clarificador, que deberá ser continuado por su sucesor de manera acertiva y fiel. El papado de Benedicto XVI fue para mí una sorpresa, como para muchos. Reconozco que incialmente me chocó, pero que al ver sus acciones me fue convenciendo que era el pastor que la Iglesia necesitaba. de decisiones claras y sin ambiguedades, de actitud humilde y sin sobreexposiciones personales, de una claridad doctrinal y pastoral que se echará de menos, sea quien sea quien lo suceda.
Para muestra un pequeño signo que pasó desapercibido para la mayoría: el escudo vaticano. Este consta, como se sabe, por dos llaves cruzadas y una cuerda atada entre ellas, además de la tiara, que es una especie de gorro con tres coronas que representa el poder papal. las llaves y la cuerda recuerdan las palabras de Jesús: "a tí te daré las llaves del reino de los Cielos" y "todo lo que ates en la tierra quedará atado en los Cielos". La tiara en cambio es un símbolo de la época de cristiandad, cuando para afirmar su poder sobre todos los reyes, además del poder espiritual y el terrenal sobre los estados pontificios, el papa no usaba una corona, sino tres. Pues bien, todos los papas ponen sobre estos símbolos su escudo propio. Benedicto XVI hizo lo propio, pero además cambió la tiara por una mitra, dejando atrás un símbolo más propio de un monarca que de un pastor. He ahí el resumen del pontificado de Benedicto XVI.
Por último, el hecho mismo de la renuncia. Todos sabemos que no es fácil renunciar, sobre todo cuando se trata de un puesto que otorga poder, menos aún un poder sagrado. En un mundo individualista como el nuestro, la renuncia de un papa provoca extrañeza, conmoción e incluso escándalo. Es una muestra de que el oficio del poder tiene que ver con el servicio y por ello, cuando se considera que no se podrá servir como es debido, es mejor renunciar. El desapego y valentía de Benedicto XVI no me provoca otra cosa que admiración, además de confirmarme la altura moral de quien ejerció de papa y su genuino interés por el bien de la Iglesia. Esto también se refleja en el hecho de haber anunciado su renuncia para el 28 de febrero, lo que da a la Iglesia, a sus obispos y cardenales, tiempo suficiente para prepararse y evitar así las perplejidades que el cambio de papas siempre provoca.
Estoy seguro que el pontificado de Benedicto XVI entrará en la historia por la puerta grande, pero no por haber realizado grandes actos en la historia de la Iglesia, inmensas reformas o hechos novedosos, sino por haberse preocupado de esas pequeñas y grandes reparaciones necesarias en el edificio de la Iglesia, corrigiendo temas pendientes y conduciendo la barca de Pedro con mano segura. Si Juan Pablo II fue un papa para el mundo, Benedicto XVI fue un papa para la casa, diría hogareño, con la acittud de quien no figura ni luce mayormente, pero realiza los trabajos cotidianos que permiten a todos realizar los suyos.
Hay otra renuncia más que Benedicto XVI ha hecho, y es la renuncia a morir como un papa, con un funeral a los ojos del mundo y grandes personajes. Probablemente su muerte será la de un humilde cura en un monasterio, dedicado a la oración y el estudio, y aunque sus funerales sean hechos en el vaticano no provocarán el lamento mundial que provoca el de todos los papas. Un honor tendrá, eso sí, que otros no han tenido, un sencillo gesto que reflejará una vez más su forma de entender a la Iglesia y que, como muchos, pasará desapercibido: será el único papa cuyo funeral será presidido por un papa, en un paso tranquilo y sereno de la historia a la eternidad. Tal es el legado de Joseph Ratzinger, quien hasta el 28 de febrero de 2013, será Benedicto XVI.
Sin palabras... emotivo y que induce a la reflexión, sin sentimentalismos, sino con serenidad y paz.
ResponderEliminarUn abrazo!
infantil el comentario
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